sábado, 26 de abril de 2014

Remembranzas: Los Años Maravillosos

Hace más o menos mes y medio descubrí, ciertamente un poco tarde porque no lo supe hacer por las buenas, el cómo poder conectarme al servicio de Estados Unidos de Netflix. Esto trajo una serie de beneficios que he estado gozando de sobremanera y que de verdad me han abierto las puertas a un catalogo de series que he querido volver a ver desde hace mucho, entre ellas, una que quería hasta tener en DVD, pero nunca tuve la oportunidad de comprar, y como mi regla es: si está en Netflix mejor ni gastes, pues recurrí a verla de nuevo, de principio a fin entre la hora de la comida y antes de ir a dormir.

Los Años Maravillosos

 Esta serie que se estrenó en Estados Unidos en 1989 y que llegó a México más o menos en 1990 narra la historia de Kevin Arnold, un chico de 12 años que va a entrar al primer año de la secundaria y que se enfrenta a una serie de cosas que cualquier individuo de clase media en Estados Unidos experimentará mientras pasa de la niñez a la adolescencia. ¿Qué tiene de extraordinaria esta serie? Muy sencillo, es narrada por el mismo Kevin, pero ya de adulto, y el escenario son los finales de los sesentas y principios de los setentas, una etapa de transición en nuestro vecino país del norte.

 En un principio, Los Años Maravillosos no contaban al parecer con gran apoyo, ya que la primera temporada tenía muy pocos capítulos. Con el paso del tiempo esta tuvo más regularidad y fue creciendo poco a poco hasta tener los tradicionales veintitantos episodios por año que la mayoría de las series con capítulos de media hora de Estados Unidos tienen.

Algo de lo que me di cuenta ahora que volví a ver la serie, es que cuando era chico, me concentraba demasiado en lo que le pasaba a Kevin y no me fijaba tanto en lo que decía el narrador. Ahora fue al revés, le ponía atención a lo que decía el narrador, Kevin adulto, y luego a todas las tonterías y falta de expresión de Fred Savage, lo cual me hizo pensar un par de veces sobre nuestra actitud cuando somos más jóvenes. 

Mientras que de niño pensé que el personaje de Kevin era “cool” y que Winnie era el sueño de todo chico, me di cuenta, después de este “rerun” personal, que Kevin era solo un niño que pensaba demasiado tan solo para decir “Sí, claro” y luego sonreír. Obvio esto es plan con maña, ya que no se trataba de hacerlo ver como alguien seguro, y todo lo contrario, era un muchacho cerrado, que no aceptaba el cambio y que quería que se mantuvieran las cosas como estaban. Veía con recelo como Winnie se volvía en una chica atractiva y su mejor amigo Paul, maduraba a mayor velocidad, mientras que él, como si fuera en cámara phantom, veía pasar su vida frente a sus amigos.

De la tercera a la penúltima temporada todo marcha perfectamente. Conocemos los típicos romances de verano, los problemas que conlleva vivir en un país que anda en guerra con otro, las transiciones musicales y distintos cambios culturales que se vivieron en esa época en la que creo podías parecer tres cosas, un tipo normal, común y corriente, una mente liberal en el cuerpo de un hippie, o el extremo de lo que podríamos conocer como un chico fresa. No es que en esta estos tres estereotipos no estén presentes, digamos que el espectro se ha abierto tanto que tenemos demasiados estereotipos en estos momentos.

Ahora, en la última temporada, que se supone es el clímax y lo que nos hará sufrir capitulo a capitulo porque sabemos que es el final de finales, suceden demasiadas cosas sosas que parecen no van a ninguna parte. Tal vez de los pocos episodios que valen la pena es en el que se van a pescar Wayne, Kevin y su papá y te dicen que esta será la última vez que lo hagan o cuando Kevin recuerda todas las patanerías que le ha hecho a Winnie durante toda la serie.

El mero remate, que se divide en dos episodios, es más o menos bueno y nos da a entender que la pareja principal del programa, quiere estar junta para siempre y que se acepta la una a la otra, después de tantos errores comunes de jóvenes de la edad, pero a final de cuentas, a manera de epílogo, te dan a entender que no terminan juntos y que cada uno toma su respectivo camino.

Lo que más me agrada de estos últimos episodios es cómo el mismo narrador dice que le gusta recordar con maravilla esos años en que todas las casas que tenían el mismo patio, las mismas calles y arboles, eran las iguales y que era una especia de vida en que aún se tenía inocencia al crecer, cosa que ya no pasa en estos días.

Ya para acabar, aquí les dejo la escena que todos recordamos, el primer beso entre Kevin y Winnie.

BTW: Aún recuerdo como en quinto de primaria, un viejo amigo y compañero del Kinder, llamado Erick, me platicó de los Años Maravillosos y de igual forma, cuando mi papá me llevó a comprar mi primer "Trapper Keeper" le dije, que así empezaban mis Años Maravillosos, y creo que sí lo fueron.

domingo, 2 de marzo de 2014

A la gente parece que le hace daño trabajar en equipo

Hace mucho que no escribo en este blog, y es por varias razones: tengo mucha chamba, no se me ocurre nada, ya escribo mucho de videojuegos en GameMaster, ando bien cansado y estresado y demás blah, blah, blah. Creo que todo lo anterior son simples pretextos, así que sin mayor preámbulo, trataré que esta entrada sea todo un Pipe Bomb como los de C.M. Punk y a ver si más de uno por aquí entiende el mensaje.

“Los ganadores se reúnen en equipos” – Bill Parcells durante su discurso en su inducción al Salón de la Fama de la NFL.

Bill Parcell como entrenador de los Cowboys.
Es de supuesto conocimiento general de mis amigos más cercanos que soy un ferviente seguidor de Bill Parcells, más porque le regresó cierta personalidad a los Vaqueros de Dallas durante la década pasada y por su forma de ser, la cual es pesada y amena a la vez, además autocritica.

Para muchos él es una especie de “ya merito”, más debido a que sus mejores años se quedaron cuando era Entrenador en Jefe de los Giants. Pero seamos sinceros, lo que logró con los Patrios, Jets, Cowboys y Dophins, es de respetarse, en especial por esa filosofía, lo cual lo impulsó a volverse en un nuevo miembro del Salón de la Fama de la NFL.

Durante su discurso Parcells, o “Big Tuna” como le suelen decir, habló de dos partes muy importantes para que una organización sea exitosa, los roles de los directivos y jugadores. Los directivos tienen la obligación de darles la oportunidad a los jugadores de ser exitosos. ¿Qué quiere decir este enunciado? La preparación de las cabezas que dirigen una organización no solo debe ser enfocada a orquestar una toma de decisiones, también se requiere de mucho estudio y en especial, buscar la mejor forma para triunfar.

Entiendo que todo en esta vida debe ser un negocio de ganar-ganar, pero la fórmula del éxito es muy sencilla y al final se trata de trabajar muy duro, una y otra vez hasta que uno se aprende los pasos de memoria que hasta puede caminar ciego y su trabajo queda impecable y da resultados. Si la vereda que se quiere tomar es la de la explotación y la inversión mínima con máximos resultados, pues entonces lo mejor es trabajar con mano de obra vietnamita en vez de gente creativa con hambre de crecer.

“Los perdedores de reúnen en grupos pequeños para quejarse de sus compañeros y en otros grupos más pequeños para quejarse de sus directivos.” Esta es mi frase favorita de ese discurso que Bill Parcells hizo en agosto del año pasado. Aplica a todas las empresas y en especial de las de México.

Me cuesta trabajo ver como hay gente que puede pasar 5, 10 o hasta 20 años en el mismo trabajo, y no logra diagnosticar que su crecimiento no podrá dar para más. A veces, con unos cuantos meses, comunicándose, haciendo “networking”, conociendo de verdad el lugar donde se trabaja, uno puede darse cuenta de cómo son las cosas en realidad. La cuestión es que la gente que encuentra la zona de confort, no necesita salirse de ella, porque desde ahí puede trabajar de una manera mediocre, quejarse y ser un crítico de todo, pero eso sí, no puede hablar o proponer.

A veces hay que recurrir a la autocritica y ver uno que está haciendo bien y qué está haciendo mal. ¿Estoy moviéndome? ¿Conozco de verdad todo el entorno que me rodea? ¿Me hace feliz lo que hago? Muchas veces no nos sentamos a ver nosotros mismos los distintos escenarios que nos rodean y nos estancamos y nos quejamos porque se nos hace fácil y caemos en el chantaje del “no me hacen caso, yo no tengo que hacer caso.”

¿Somos dueños de nuestro trabajo?

¡Claro que lo somos! Tan es así que por esa misma razón pagamos impuestos, seguro social y demás. ¿No me creen? Revisen los recibos de nómina que les da la empresa a la que se alquilan. Son dueños de su trabajo, el cual es pagado por una empresa que a final de cuentas es la que decide qué hacer con él. Si lo usa o si no.

Eso es muy difícil de entender, a veces en nuestra posición, no recae la toma de decisiones, solo la elaboración de ciertas cosas que terminan afectando una toma de decisiones.

“Los ganadores se reúnen en equipo”

La gente que trabaja en equipo, siempre encuentra el éxito.
¿Esto es difícil de comprender? Para muchos esto es como tratar de resolver el Baldor completo porque su pequeña lógica los ha llevado a sentirse un puesto de cocas bien frías en el desierto de Sonora. La gente que se siente mal cuando le dicen que deben hacer equipo, es la que considera que las palabras motivacionales son para los que no tienen carácter. Más erróneo no puede ser este pensamiento.

Con un poco de motivación, filosofía, cultura de trabajo en equipo, hay países que se han levantado de derrotas bélicas, desastres naturales y demás. ¿Es tan difícil hacer eso en una oficina?

¿Es tan complicado dejar los egos de un lado y ser humildes y aceptar la realidad que nos rodea?

Ahí se los dejo de tarea.

Peace OUT!